RECORRIDO POR LA HISTORIA

SISMOS

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Desastres
Septiembre 09, 2020 21:13 hrs.
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Virgilio A. Arias Ramírez-C.* › Club Primera Plana

HAY QUE PREVENIRSE. SEPTIEMBRE HA DADO MOTIVOS DE ALEGRÍA Y TAMBIÉN DE TRISTEZA A MÉXICO; EN ESTA OCASIÓN DEBEMOS RECORDAR LAS INUNDACIONES Y SISMOS OCURRIDOS EN ESTE MES, POR ESO CONSIDERAMOS TOMAR LAS PEVENCIONES SIGUIENTES: ALIMETOS, MEDICINAS BÁSICAS, DOCUMENTOS DE IDENTIFICACIÓN, TELÉFONO Y LÁMPARAS DE PILA. ANEXO MI TESTIMONIO DEL SISMO DE 1985.

Todo parecía un día más aquél 19 de septiembre de 1985. Iba rumbo a ’mi plantel’ ya que era el Director del Colegio Venustiano Carranza del Sistema CONALEP, ubicado en la Delegación del mismo nombre; en ese semestre el colegio tenía una matrícula de alrededor de 3,000 alumnos en dos turnos y cinco carreras; para fines de ese mismo años ya eran 4,900 con siete carreras. Siempre procuraba estar antes de que entrarán los alumnos con su credencial en la mano a las 7 de la mañana y dando los buenos días, en ese tiempo todavía los jóvenes aceptaban que las buenas costumbres resultaban necesarias. Pero antes de llegar, ya por calzada de la Viga, a las siete con diez y siete minutos, el tránsito de vehículos empezó a detenerse y algunas personas salían de sus casas gritando, viendo las chispas de los cables de energía eléctrica y que los autos de adelante se estacionaban, los demás hicimos lo mismo, las personas angustiadas que estaban en las banquetas decían que era un temblor que nunca habían sentido y me di cuenta de que mi coche se movía. El primer movimiento fue de ocho grados, pero se darían varias réplicas menores posteriormente.
Ahí principió mi angustia, porque mi esposa con mis hijos había Salido a dejarlos al Colegio Franco Español ubicado en Miguel Ángel de Quevedo de Coyoacán; yo no sabía si regresar a buscar a mi familia o continuar mi ruta, el tránsito era un caos, la angustia se apoderó de mí, en esas fechas no había teléfonos celulares; pero recordando que Elena mi esposa, siempre encontraba una solución a los problemas, seguí a la velocidad que el desorden lo permitía. Cuando llegué al colegio los vecinos en la calle se lamentaban, los alumnos, el personal y maestros, estaban en la calle y los jardines sin saber qué hacer; rápidamente pedí a la doctora y enfermera que atendieran a los alumnos y personas que ya tenían una crisis de nervios, mientras con ingenieros y arquitectos recorrimos los edificios percatándonos que solamente dos de los cinco se encontraban dañados en uno de ellos se encontraban los talleres de electrónica.
Inmediatamente decidí reunirnos con el personal administrativo y docente en una de las canchas deportivas para tomar una decisión de qué hacer. Afortunadamente, una llamada por radio del Director Académico del Sistema Conalep Ing. Raúl González Apaolaza, de quien dependíamos los directores de los planteles, pude comunicarle cuál era nuestra situación; y él fue quien me informó que el plantel Programación y Presupuesto que se ubicaba en las calles de Humboldt cerca de Av. Juárez se había colapsado, con el personal administrativo, alumnos, maestros y una guardería que se encontraba en el último piso del edificio.
Así que giré instrucciones de que el Ing. Roberto Torres y el Lic. Alejandro Barrón Suárez, se quedaran al frente del plantel organizando a los grupos para que con alumnos y maestros, se llevara ayuda a los alumnos y compañeros del plantel Programación. Por mi parte, con otros empleados y maestros, salimos rumbo a la Av. Juárez y Humboldt, pero sólo pudimos llegar a la estación de bomberos que se encontraba en calzada de la Viga; ahí tomamos un vehículo del ejército para llevar las palas, picos, guantes y lámpara que habíamos tomado del almacén del plantel y constatamos los grandes destrozos en muchas calles, en la Av. Juárez, observamos que el hotel Alameda y el hotel Regis se habían caído y estaban en llamas, así como otros edificios de las calles cercanas.
Llegamos al plantel CONALEP que se había caído, era una verdadera tristeza lo que se veía. El polvo denso hacía que se respira con dificultad; el Ejército Mexicano ya estaba a cargo de la situación, las autoridades de la Dirección General del Sistema Canalep con personal médico, se encontraban dirigiendo las primeras actividades de rescate y me presenté con mi personal pero solamente a mí me dejaron entrar a los escombros, estaban los paramédicos de la Cruz Roja, Cruz Verde y muchas personas que se ofrecían para ayudar pero obviamente no llevaban la protección indispensable, al pasar la primera puerta nos daban casco y guantes. Adentro se escuchaba por todas partes: ¡¡¡auxilio, sollozos, ayúdenme, por favor, socorro!!! Y muchas voces más de lamentos que no se entendía lo que decían; principiamos por mover los pedazos de pesadas lozas destrozadas, que se encontraban entre fierros retorcidos, no se podía hacer mayor cosa, aún no llegaban los equipos de salvamento necesarios y suficientes.
Como a las cuatro de la tarde nos indicaron que saliéramos a descansar, afuera se encontraban cientos de personas y padres de familias de los alumnos sollozando, me encontré con mi personal que se las había ingeniado para llevar tacos, tortas, refrescos, agua, chocolates y otros alimentos; varios nos fuimos al camellón del paseo de Reforma cansados pero sin hambre, me quité los zapatos y me recosté en un poste de luz, fue cuando empecé a darme cuenta de la magnitud del terremoto y algo más angustioso, me acorde de mi familia.
Sin darme cuenta y sin querer, me percaté que de mis ojos fluían abundantes lágrimas. Instruí a mis colaboradores que se retirarán y que al otro día sólo acudieran veinte de ellos, con alimentos, principalmente agua porque de todas partes llegaba ayuda; que avisaran al personal que siempre habría una guardia, que los alumnos y el personal estuvieran pendiente de nuevo aviso. Realmente aún no conocíamos hasta qué grado llegaba el desastre, pero presentíamos que era un verdadero drama, una pena nacional, con la agravante de que no había comunicación telefónica; la confusión era completa, infinidad de versiones, toda conversación terminaba en grandes lamentaciones.
Pero aún no era todo, porque el día 20, a las 19 con 37 minutos, ocurre nuevo sismo (la réplica), lo que ocasionó que las construcciones que ya estaban débiles se cayeran. A las dos semanas de estar en esa rutina, retirando pedazos de loza, pasando tanques de oxígeno, mangueras que llevaban agua para los que así lo solicitaban, ya que alimentos era imposible porque no pasaba en los pequeños espacios o hendiduras; pero pasados tres días de la catástrofe, algunas voces que se escucharon el primer día ya no se oían, unas personas eran sacadas completas y otras mutiladas, además ya era intenso los malos olores. Como a las dos semanas en casa una noche mi esposa e hijos se opusieron que continuara asistiendo a ese lugar fatídico, trágico que marcó de por vida a muchas personas, yo había bajado de peso cinco (5) kilos. Con mi madre y familiares del estado de Chiapas tuve comunicación a los cinco días a través de un radio aficionado, estos grupos de civiles también fueron de gran ayuda en esa tragedia nacional.
Me concreté a estar pendiente desde el plantel y haciendo reuniones con los vecinos que afortunadamente por ese rumbo no se dieron los fatales acontecimientos como lo fueron en otros rumbos de la Ciudad: destrucción del Hospital Benito Juárez donde mi padre había sido atendido años antes, se rescataron a bebes de la guardería que vivieron como diez días sin comer, el Hospital General, el conjunto habitacional Juárez que estaba frente al Siglo XXI, el edificio de la Secretaría de Industria y Comercio de la Av. Cuauhtémoc, muchos edificios de departamentos en la zona de Tlatelolco, hoteles y edificios en el área del Monumento a la Revolución, las colonias Obrera, Roma, el edificio de televisa en Av. Chapultepec, donde Jacobo Zabludovsky inició su reportaje.
La verdad es que parecía que la ciudad había sido bombardeada; eran innumerables las familias que perdieron un miembro por lo menos; muchos estudiantes, personas que estaban hospedadas en hoteles por viaje de trabajo o negocios también murieron y otras jamás fueron encontradas; algunos paisanos de Chiapas, uno de mi hermano, hospedados en el hotel Regis se salvaron porque a la hora del sismo andaban haciendo ejercicio en la Alameda Central de Av. Juárez y Av. Hidalgo. El primer día éramos puros aficionados y recuerdo que entre tres personas subimos al segundo piso un tanque de oxígeno; pero al día siguiente, oí un grito desesperado del primer piso que decía: ¡oxígeno, oxígeno! Tomé un cilindro y por los escombros lo arrastre y entregue a las dos personas que ya se aproximaban, bajé de nuevo a mi sitio de descanso y me detuve a reflexionar ¿cómo es que pude subir ese peso, si el día anterior con trabajo dos personas hicimos lo mismo?
Ahí surgió un grupo que después haría historia en materia de auxilio en el país y en el extranjero: los llamados ’topos’; fueron los que empezaron arriesgando la vida, eran delgados y bajos de estatura, pero dinámicos y llenos de espíritu humano para ayudar a los desconocidos en desgracia, por méritos propios y sin proponérselo, alcanzaron reconocimiento oficial y social por su entrega en el rescate de personas en desastres de diversa índole. La comunicación por radio de los coches y tv. eran irregulares, la angustia ya estaba generalizada en todo el país, en la ciudad de México se cancelaron las clases, obras de teatro, cines, y otras diversiones, las recomendaciones oficiales a la población fueron: no salir más que a lo indispensable, a mercados, tiendas de autoservicio, a consultas médicas, o irse a otros estados, etc.
Pasados dos meses del sismo y reanudar las actividades académicas, se presentó la necesidad de reubicar al personal y alumnos del colegio colapsado en las calles de Humboldt y en reunión con el Director General del Sistema CONALEP, preguntó a los directores quién quería hacerse cargo para alojarlos y continuar las clases; yo ofrecí mis espacios de infraestructura escolar y con el apoyo de la dirección de Construcción y Equipamiento en un tiempo récor se acondicionaron 39 aulas de tabla roca en las la canchas de básquetbol y los jardines; la biblioteca y el laboratorio de idiomas se convirtieron en oficinas para el personal del ’nuevo’ plantel, se repararon los dos edificios dañados y se procedió a la reinstalación de los talleres y laboratorios de electrónica.
A los pocos meses el Director del plantel Programación y Presupuesto, el Contador Francisco Hernández Cervantes renunció por enfermedad, así que me fue asignada la Dirección de este plantel. Al año de aquellos tristes acontecimientos, la República del Canadá obsequió los terrenos y construcción en la Delegación Azcapotzalco, para el colegio que se había caído y se le puso por nombre ’México--Canadá’. En esa ceremonia estuvieron presente para recibirlo: alumnos, el Secretario de Educación Pública de México, el Embajador de Cultura y Deporte de esa República, las autoridades del CONALEP y los directores de planteles del Área Metropolitana que éramos 63; fui nombrado Director de ese plantel para iniciar las labores escolares y me encomendaron el discurso de agradecimiento al representante de Canadá. De esta manera me convertí por algunos meses, en director de tres planteles al mismo tiempo, pero con un solo sueldo.
Resumen: se estima que fallecieron más de 10,000 mexicanos, algunos fueron a dar a fosas comunes al no ser identificados y otras tantas heridas, incluso varias recibieron en el extranjero ayuda de alguna prótesis, se afectaron más 2,800 inmuebles; muchas familias no encontraron por lo menos a un miembro de ellas, hubo casos de personas quedaron afectadas emocionalmente. La capital de la república estaba en desorden, destruida, por lo que recibió ayuda de los estados y del extranjero: medicinas, ropa, cobertores, alimentos, alberges, tiendas de campaña, instrumentos de rescate, perros adiestrados para localizar a personas vivas o muertas, se instrumento el Plan DN-III por el Ejército Mexicano y las autoridades se percataron que los servicios de salud fueron insuficientes.
Sin el transporte normal, en muchas colonias se carecía de agua y energía eléctrica; ¿Cómo y dónde retirar tanto escombro? La infraestructura educativa estaba destruida, particularmente de las delegaciones Iztapalapa, Azcapotzalco, Cuauhtémoc, etc.; de algunos estados habían llegado personas en busca de sus hijos que estudiaban o trabajaban aquí, otros llegaron con el ánimo de ayudar, por ejemplo: enfermeras, doctores, maquinaria y vehículos de carga; a una parte del personal y alumnos del plantel destruido se le dio apoyo sicológico por varias semanas especialistas, algunos, llegaron de España. Esta tragedia motivó nuevas leyes y reglamentos de construcción, el Reglamento de Protección Civil, medidas preventivas de Simulacros de Evacuación, el Sistema de Alerta Sísmica, y se creó la ’Brigada de los Topos’.
Finalmente, las personas que nacieron después del sismo del 85, no se imaginan la tristeza que vivieron sus padres o abuelos por ese terrible acontecimiento, de hecho cada uno de los que padecimos y fuimos testigos presenciales de esa tragedia, puede contar una verdadera historia. Ya el 5 de febrero de 1986, tuve la fortuna de recibir del Presidente de la Republica una distinción: ’El Reconocimiento Nacional 19 de Septiembre’; este pergamino se otorgó a personas e instituciones del país y del extranjero que se distinguieron cooperando de diversas formas para enfrentar los hechos de ese trágico sismo. A varios años de distancia, de esos días tristes Y amargos para México, todavía pesan en mis recuerdos. Testimonio: un libro ’Con ética y Cariño, Amigos del 85, del Hospital Juárez’, publicado por la periodista: Aura Paola Zamarripa, del Club Primera Plana.

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