Ser o no ser


Respuestas de la razón y no de la fe:
Y si Dios existiera, ¿no debiera dejarse ver o sentir más?

Ser o no ser
Cultura
Julio 24, 2017 21:46 hrs.
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Federico M. López Cárdenas › Club Primera Plana

Los creyentes suelen responder que lo hace para preservar nuestra libertad: Si Dios se mostrara en toda su gloria ya no seríamos libres de creer en él o no.

Quizás es al revés. Siempre hay menos libertad en la ignorancia, que en el saber. El que sabe más, es más libre. Nuestros hijos serán tanto más libres cuanto más cosas sepan. La ignorancia nunca es libre y el conocimiento nunca es servil.

Qué clase de padre sería aquel que para respetar la libertad de sus hijos, rechazara vivir con ellos, acompañarlos y hasta darse a conocer. ¿Qué padre se contentaría, para educar a sus hijos, con una palabra dirigida a otros, ya muertos hace siglos y que únicamente se han trasmitido a través de textos ambiguos y dudosos?

Pero sobre todo ¿Qué padre es aquel que se oculta cuando sus hijos sufren? ¿Qué clase de padre es el que se oculta en Auschwitz o Ruanda, el que se oculta cuando sus hijos sufren o tienen miedo? Ese Dios oculto ¿no sería un mal padre? El ateísmo formula una hipótesis: Si no podemos ver a Dios ni comprender que se oculte, es probablemente o sencillamente, porque no existe.

Si Dios es la posibilidad de explicar todo a través de él, el mundo, la vida, el pensamiento mismo… El mismo es inexplicable por definición. Esto no niega que la religión sea una creencia posible y obviamente respetable; pero en sentido racional. Qué podríamos nosotros saber de un Dios, cuya sustancia está constituida por una infinitud de atributos, de los que cada cual expresa una esencia eterna e infinita y que existe necesariamente. Es ’el asilo de la ignorancia’, decía Spinoza.

Freud decía: ’La ignorancia es la ignorancia y de ella no puede derivarse un derecho a creer en algo’, se puede creer, pero no puede tomarse como un conocimiento. O sea que la ignorancia nunca puede justificar ningún tipo de fe, carece de argumentos.

El argumento del ateísmo es clarísimo: Tratar de explicar cualquier cosa por medio de Dios (y mira que Dios pretende explicarlo todo) no es explicar nada, sino sustituir una ignorancia por otra… ¿Para qué?

El creyente cree en el misterio, pero el ateo también. Pretender saberlo todo, comprenderlo todo, explicarlo todo, no es pretensión del ateo, eso sería cientificismo, ceguera, vanidad o estupidez. Aunque pudiéramos explicar cada cosa del universo – y estamos muy lejos de poder hacerlo – quedaría explicar filosóficamente el universo mismo. Nos quedan muchas cosas pendientes en la vida, juzgar, actuar, vivir, amar, algo para lo que ninguna ciencia puede bastar por sí misma.

El ateísmo conlleva su pena, su orgullo o su tragedia con dignidad y desazón. Que las ciencias no lo explican todo, que la razón no lo explica todo, es evidente. ¿Con qué derecho podrían los creyentes apropiarse de este misterio y reservárselo, para convertirlo en su especialidad?

Ser a – teo o más bien, ser liberal, no es negar el misterio, al contrario, es negarse a volverlo un dogma anquilosado, negarse a deshacerse de él tan fácilmente mediante un acto de fe o sumisión: Ser liberal ha sido siempre ser libre, no para explicarlo todo, pero si negarse a explicarlo todo mediante lo inexplicable. La verdad no demanda creencias. ’Si Dios nos ha hecho a su imagen semejanza – decía Voltaire – nosotros se la hemos devuelto’.

Hay demasiados horrores en el mundo, demasiados sufrimientos, demasiadas injusticias, para que se pueda aceptar sin más, que este mundo ha sido creado por un Dios absolutamente bondadoso y omnipotente.

Pero la existencia del mal es un argumento aún más fuerte en contra de la fe, que la del bien en contra del ateísmo. Que un niño sonría naturalmente, no necesitamos a Dios para explicarlo. Pero cuando un niño muere, o sufre, cómo ensalzar la grandeza de Dios o las maravillas de la creación ante su propia madre. Los creyentes nos dirán que el responsable de esto es el mismo hombre. Pero no es el causante de todo el dolor, ni siquiera de él mismo. Escribía Marcel Conche, cuando era voluntario en un hospital en París. ’El sufrimiento de los niños es un mal absoluto. Es un mal que basta para hacer imposible toda creación buena de Dios….

Pero tampoco conviene exagerar, hacer como si no hubiera gente buena, equivaldría a darle la razón sólo a los malvados y a los ruines. Igual que la gente buena tiene sus debilidades. Pero ni unos ni otros necesitan a Dios para ser concebibles o existir. El coraje basta, la generosidad basta, en cambio, ¿qué Dios puede justificar tanto odio, tanta violencia, tanta vileza o tanta estupidez?. El filósofo Bergson tiene una reflexión interesante; que bastaba conocerse a sí mismo para compadecerse del hombre o despreciarlo antes de admirarlo. Demasiado egoísmo, demasiada vanidad, demasiado miedo y muy poco coraje y generosidad. Demasiado amor propio y muy poco amor. ¡La humanidad se presenta como una creación tan ridícula, que en ocasiones uno piensa! ¿Cómo un Dios habría podido querer esto?

En toda religión, hay un narcisismo, me hizo rey de su creación y ahí está, quizás una razón para ser ateo: Creer en Dios es pecar de orgullo. Quizás el ateísmo es una forma de humildad; uno se toma por un animal, y se asigna el ideal o la tarea de llegar a ser verdaderamente humano.

Otro argumento sería es que is no creo en Dios, es porque preferiría que existiera. Uno se pregunta si no lo habremos inventado nosotros. Si Dios no es algo demasiado bueno para ser verdad, si creer en él no es confundir nuestros deseos con la realidad, para Freud ’sería ciertamente muy hermoso – escribe Freud – que hubiera un Dios creador del mundo y una Providencia toda bondad, un orden moral del universo y una vida futura, pero resulta muy curioso que todo esto sea precisamente lo que podríamos desear para nosotros mismos’.

Deseamos: reencontrarnos con los seres queridos que hemos perdido. Tener un padre de reserva que nos consolaría del otro o de su pérdida. Un padre que estaría dispuesto a amarnos como somos, a colmarnos de ternura, a salvarnos… ¿Quién no podría desear algo así? Digamos que la fe nos procura demasiadas cosas como para no ser sospechosa. Nietzsche tiene una frase lapidaria ’La fe salva, por lo tanto miente’.

Hemos venido escribiendo y citando, es nada más y también nada menos, ’hacer filosofía’. Yo no puedo ser religioso ni creer en Dios, prefiero la filosofía a la religión, pues no puedo poseer al mismo tiempo lo evidente y lo incomprensible. El ateísmo aparece naturalmente en nuestra época bajo el argumento de que el mundo no tiene sentido; las carencias en sentido material y moral; la injusticia, la pena o la desesperanza motivan esta actitud. Pero hay una segundo posibilidad y es aquella según la cual, para defender un cierto sentido de la vida, nos vemos obligados a relegar a Dios. Vivir es ahora aprovechar la vida y no pensar en otra cosa y, por tanto, se trata de desembocar en una posición atea. Dios aparece literalmente, como un estorbo. Todos recordamos la famosa frase: ’Si no hubiera Dios, habría que inventarlo’, atribuida a Voltaire. Ahora, se trataría de lo inverso. ’Si hubiera Dios habría que eliminarlo u olvidarlo’. Dios estorba a cierta concepción de la vida humana y de la realidad. ’Si hay Dios las cosas no pueden ser así’, porque no nos permite instalarnos en cierta forma de pensamiento justa. De acuerdo a nuestro pensamiento racional y, sobre todo, a nuestra libertad de pensar.

No deja de sorprender que la creencia en la existencia de Dios sea todavía tan fácilmente aceptada cuando vivimos en una época de viajes espaciales y mapeos genéticos. Cuando uno piensa en lo avanzado de la tecnología moderna (y la inteligencia y sabiduría que se requiere para haberla engendrado) es difícil entender como semejante mito ha podido sobrevivir en la mente de seres que han más que demostrado su capacidad de razonar.

Este quizás, no sea el único punto de vista, quizás éste o cualquier otro acontecimiento, sea una oportunidad para replantearse el problema de las creencias en forma distinta.

Quizás se nos aparece en el catecismo con las contradicciones propias de una nueva perspectiva; quizás también se aparece a veces como un recuerdo o como una necesidad. Quizás como decía Pessoa, uno deja de creer de la misma manera que empezó a creer, sin darse cuenta, como una forma de ausencia.

Dios no se aparece ya como fundamento o clave del universo, sino más bien surge ahora como algo muy íntimo. En este tránsito de la magia al mito, del mito a la religión y de la religión a la ciencia, quizás Dios ha aprendido a mostrarse diferente y nosotros a verlo en forma diferente.

La existencia de Dios es una posibilidad que puede excluirse racionalmente y el ateísmo no es un saber sino otra creencia. Creer no es una certeza sino una apuesta, si Pascal tiene razón. ¿Qué nos queda?: nos queda la tolerancia, sería una locura odiarnos los unos a otros, nos queda conocernos o reconocernos en la idea del hombre y de la civilización, en esta necesidad de habitar el mundo y sus misterios, en las exigencias del espíritu y del reencuentro con el humanismo, y desde luego, recordar la frase inmortal del Benemérito de las Américas Benito Juárez: ’El respeto al Derecho Ajeno es la Paz’.

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