Reseña

Plaza de Santo Domingo: un crucifijo lleno de rebozos y un palacio sin columnas

Plaza de Santo Domingo: un crucifijo lleno de rebozos y un palacio sin columnas
Cultura
Junio 30, 2024 19:03 hrs.
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Norma L. Vázquez Alanís › Club Primera Plana

(Segunda y última parte)

La Plaza de Santo Domingo, ubicada donde estuvo Tenochtitlán en la época prehispánica, sigue siendo un lugar muy digno para visitar y también emocionante porque, si sabe uno su historia, lo disfruta más al pensar todo lo que ha pasado ahí; afuera de la sede de la Inquisición se llevaban a cabo los famosos autos de fe donde quemaban a los herejes, aseguró la cronista Ángeles González Gamio, una gran conocedora del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Al participar en la serie de conferencias dedicadas a las plazas y sitios de la CDMX, convocada por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) de la Fundación Carso, González Gamio indicó que ya se habían levantado el templo, el convento, la sede de la Inquisición, así como las casonas de personajes importantes, pero era una ciudad donde las viviendas eran como fortalezas (el libro Diálogos, de Francisco Cervantes de Salazar, es fundamental para conocer cómo fue la urbe de esa época) y claro que construir en el lago era muy complicado, pues había que poner un tipo de cimientos muy especiales y que las edificaciones no fueran tan pesadas como las que hacían los españoles.

Y aunque empezaron a utilizar tezontle, esa piedra rojiza y ligera del Valle de México que usaban los aztecas y característica de todo el barroco, estos edificios padecieron muchísimos hundimientos, además de severos daños por los temblores.

De manera que en la segunda mitad del siglo XVII y en el XVIII, se hizo la reconstrucción completa del conjunto de inmuebles, porque aparte había ya mucho más dinero y estabilidad; ya había llegado el primer inquisidor, Pedro Moya Contreras; se había fortalecido el Tribunal de la Santa Inquisición y los dominicos tenían ya un convento enorme, que modernizaron al estilo barroco muy de moda; era el segundo más grande dedicado a Santo Domingo de Guzmán, el patrono de la orden, narró la doctora González Gamio.

Las joyas de la Plaza de Santo Domingo

Una de las joyas arquitectónicas de esta plaza es el templo, que afortunadamente se salvó de las Leyes de Reforma, indicó la cronista del Centro Histórico de la Ciudad de México. Tiene unos retablos barrocos todos recubiertos de oro con una decoración voluptuosa y el principal es de Manuel Tolsá, una verdadera hermosura en estilo neoclásico. El padre Julián Pablo fue prior y era un tipo muy brillante que tomó parte activa en esta obra y le puso muros de hoja de plata, así como unas columnas soberbias de escayola.

Todos los retablos que tiene son una belleza, como es el caso del famoso ‘Señor del rebozo’, un Cristo de caña estupendo del siglo XVII que está todo rodeado de rebozos y en la capilla barroca no cabe uno más. Aparte, tienen guardados rebozos en una bodega porque, según la leyenda, cuando el Cristo hace un milagro le tienen que llevar una de esas prendas, y se ve que es milagrosísimo, dijo la conferencista.

Hay que poner atención en la portada del templo con un fino trabajo labrado en la piedra, pues así era todo el convento; tiene una biblioteca extraordinaria, un claustro bellísimo, todo decorado con pinturas de los mejores artistas y la famosa capilla de la Virgen del Rosario, que era un relicario barroco, comentó la ponente.

Y junto está el Palacio de la Inquisición. Este tribunal religioso contrató a Pedro de Arrieta, que era un magnífico arquitecto y maestro mayor de la catedral de México, quien diseñó un inmueble que es recomendable visitar. Y la plaza es imperdible; hay que recorrerla, valorarla y gozarla. El palacio está ubicado en las calles Brasil y Venezuela, que en sí no tienen mucho chiste; lo destacable es la plaza.

Arrieta -comentó González Gamio- pensó que no debía hacer la puerta hacia la calle de Venezuela porque era muy aburrida, y para la otra calle se iba a ver el costado de la iglesia, y entonces se le ocurrió achatar el frontispicio y la fachada la hizo en la esquina de las dos calles, de frente, y por eso también se conoce como la casa chata.

Relató la también escritora y docente que Arrieta hizo una fachada hermosa, en el interior hay un patio soberbio, todo rodeado de arcos que sostienen el segundo piso, porque en los cuatro ángulos del patio no hay columna, nada más los dos arcos se juntan y acaban en una preciosa y enorme pieza de piedra llamada pinjante.

Ello demuestra -juzgó la cronista- que era un gran ingeniero y calculó muy bien cómo se repartía el peso en los otros arcos y no eran necesarias las columnas, porque si las hubiera puesto en los ángulos, una de ellas hubiera quedado exactamente enfrente del gran portón que daba a la plaza y hubiera tapado su vista desde adentro del patio. ’Era tal el sentido de elegancia de este hombre, que dijo ‘no, ahí no pongo columna’. Es un palacio absolutamente bello, aunque de triste memoria porque ahí estuvo la Inquisición y la cárcel La Perpetua’, opinó.

Y aunque ella no lo comentó, en ese edificio fue donde se suicidó a los 24 años, en 1873, el poeta y estudiante de medicina Manuel Acuña, el del famoso Nocturno a Rosario.

La Aduana también estaba en la plaza

González Gamio --hija de Carlos González López Negrete, quien firmaba sus crónicas de sociales como el Duque de Otranto-- se refirió también a la Real Aduana, importantísima para el gobierno y para la Corona Española porque le producía mucho dinero a través de los impuestos.

Esa oficina de recaudación estaba en lo que ahora es la calle 5 de febrero y entonces se llamaba Aduana Vieja, y se mudó a la de Brasil muy cerca de Perú -que son sus nombres actuales-, que en esa época era una acequia de las que venían del sur y por donde circulaban todas las mercancías procedentes de esa parte de la ciudad y debían pagar aduana. Ese cambio de ubicación facilitaba el trámite por la cercanía y para ello construyeron un palacio imponente que también tiene su leyenda como todas las calles y casas del centro de la Ciudad de México.

Lo cierto, continuó la escritora, es que el edificio es más imponente que bello; no tiene la hermosura exquisita del Palacio de la Inquisición, pero es muy impactante por su monumentalidad, es un guardapolvo enorme de piedra negra y actualmente pertenece a la Secretaría de Educación Pública. Es complicado que dejen entrar a la gente y es una lástima, porque tiene unos patios muy lindos y David Alfaro Siqueiros pintó en la gran escalinata un mural muy interesante titulado Patricios y patricidas, que representa una alegoría de las constantes y eternas luchas ideológicas que parecen repetirse cíclicamente a lo largo de la historia.

A pesar de que con las Leyes de Reforma se destruyó el enorme convento de Santo Domingo y se hizo una callecita llamada Leandro Valle, que según don Artemio del Valle Arizpe no va ni viene de ningún lado, la plaza tiene todos los edificios originales lo cual le da una enorme armonía al espacio. Tiempo después le pusieron en el centro una efigie de doña Josefa Ortiz de Domínguez, sobre la cual se ha discutido si la hizo el escultor español Enrique Alciati, o el mexicano Jesús F. Contreras.

Como el Palacio de la Inquisición quedó vacío, pusieron un cuartel y luego unas oficinas, hasta que posteriormente se estableció ahí la Escuela de Medicina, que luego fue facultad de la UNAM, y en 1954 cuando se fueron a Ciudad Universitaria se decidió utilizarlo para dar cursos de postgrado y hacer un Museo de la Medicina, concluyó Ángeles González Gamio.

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