La noche de más ilusiones para todos los niños del mundo cristiano es, sin duda, la del 5 de enero de cada año, porque saben que a la mañana siguiente los Santos Reyes les habrán dejado un cargamento de juguetes, ropa, dulces y sorpresas, como premio a que se portaron bien.
La popularidad de los Reyes Magos entre todos los pequeños, es inmortal. Sin embargo muy pocos son los que conocen su historia, debido fundamentalmente a la carencia de fuentes de información para determinar su origen y su vida antes de su llegada al portalito de Belén.
Acuciosas investigaciones han revelado que los Magos tenían su lugar de concentración en Babilonia, centro de los imperios de la Mesopotamia, frente a las llanuras del río Éufrates. Los reyes magos eran Melchor, un sapientísimo anciano de Persia; Gaspar, joven griego especializado en astronomía, filosofía e historia, y Baltasar, un hombre de color, originario de Etiopía, donde había adquirido vastos conocimientos en ciencias ocultas.
En realidad, los Magos no eran reyes, sino sacerdotes, consejeros del gobierno e intérpretes de los sueños y de los astros. Sus poderes terrestres eran semejantes a los de un monarca y eran respetados por su sabiduría.
Aparece un astro nuevo
En cierta ocasión, en el año 750 de la fundación del Imperio Romano, los Magos se encontraban en el Zikurath, u observatorio astronómico, y desde ahí contemplaron cómo, conforme iba entrando la noche, un astro hasta entonces no conocido iba dominando en grandeza y brillantez a los demás. La estrella estaba en el Occidente y, según los cálculos que establecieron, consideraron que se hallaba más allá de Palmira y las riberas del Mar Muerto, tal vez sobre Judea.
Después de plantear tres teorías científicas sobre la nueva estrella, es decir, de creer que se trataba de un nuevo astro, de un fuego fatuo o de un meteoro, los Magos, auxiliados por los libros del Auramazda y las profecías de Balaam, Isaías y Amós, llegaron a la conclusión de que era un anuncio divino y se estaban cumpliendo las predicciones de los grandes profetas de Israel.
No cabía duda. Todo coincidía. Con el apoyo de sus vastos conocimientos, así como de su fe, los Reyes Magos se congratularon de que hubiera llegado el Salvador y estuviera en algún punto del mundo, hacia donde estaba la gran estrella.
Decidieron ir en busca del Mesías y de inmediato organizaron una caravana con todo lo necesario para el incalculable viaje, vistieron sus mejores ropas y partieron con rumbo al imperio romano, en el Mediterráneo.
Hicieron un largo y penoso viaje a través del desierto preguntando a cada paso sobre el lugar de la buena nueva, sin que nadie les diera razón o se burlaran de ellos, hasta que finalmente llegaron a Jerusalén, donde reinaba Herodes, un reyezuelo impuesto por el emperador, quien al enterarse de la presencia de los Magos y el objeto de su viaje, se alarmó al creer que el rey que había nacido iba a destronarlo.
Después de consultar con los sacerdotes y doctores de la ley, el consejero de Sanhedrín invitó a Melchor, Gaspar y Baltasar a su palacio, para hacerlos caer en la trampa de que él también deseaba adorar al Divino Jesús y deseaba que en cuanto lo encontrasen le avisaran.
Herodes lo dijo también a los Magos que se dirigían a Belén de Judá, con el interés de ratificar la veracidad del suceso y luego eliminar al pequeño niño, ya que la envidia y el miedo por perder el trono lo habían llevado inclusive a matar a sus propios hijos y hermanos.
Continuaron los Reyes Magos su caminata larga y pacientemente hasta llegar a Belén, donde la estrella brillaba en toda la plenitud de su esplendor.
Aparece el Cristo salvador
En un humildísimo pesebre, entre pasturas, Jesús llegó al mundo. Fue su primer acto de humildad después de haber escogido por padres a un modesto carpintero y a una virtuosa joven.
Los Reyes, aquellos poderosos sabios que en su tierra eran tratados con todos los honores, llegaron hasta el escenario del milagro y se postraron ante el Dios hecho hombre para adorarlo. Le obsequiaron oro como a un rey, incienso como a un dios y mirra como a un hombre destinado al dolor y la muerte.
Una corazonada obligó a los Magos a no comunicar la noticia a Herodes como se lo habían ofrecido, por lo que determinaron retornar a su patria por otra ruta. El dictador, por su parte, los esperaba con impaciencia hasta que se dio cuenta de que había sido engañado y su oscuro cerebro tramó uno de los infanticidios más crueles y dramáticos de toda la historia: mandó matar a todos los niños menores de un año que hubiera en Belén.
La Providencia quiso que el Redentor cumpliera su misión conforme estaba establecido, y Jesús, María y José, avisados del peligro, huyeron de Belén y salvaron de esa manera al único que deseaba eliminar el cruel y envidioso Herodes.
(Versión original: revista Juventud Católica, época XIII, número 10, enero de 1967)