ABANICO
Ivette Estrada
Hay oficios que no dejan callos en las manos, pero sí en la mente que imagina, percibe y crea. Periodistas, escritores, editores, docentes, investigadores, guionistas, correctores, cronistas, ensayistas, traductores, creadores de mundos y buscadores de sentido son parte de estos oficios cubiertos de niebla en el reconocimiento y visibilidad. La materia prima con la que trabajan no es un objeto: es mente, emoción, intuición y la capacidad de mirar donde otros no lo hacen.
Y eso cansa. Mucho.
El agotamiento de estos trabajos no viene del esfuerzo físico, sino de la atención sostenida, que es un músculo que se fatiga, la responsabilidad ética, especialmente en el periodismo, donde cada palabra puede afectar vidas, la creatividad obligatoria, que no siempre llega cuando se le llama, la presión de producir sentido, incluso cuando uno mismo está desorientado, la exposición emocional, porque escribir es exponerse, aunque sea de forma velada.
En suma, es un tipo de cansancio que no se ve, pero se acumula como polvo fino en los rincones del ser.
Cuando la inteligencia artificial empezó a caminar en esta realidad tridimensional, muchos anunciaron la muerte de los trabajos creativos. Pero lo que ocurrió fue otra cosa:
La IA puede imitar, pero no puede vivir. Puede producir texto, pero no experiencia, organizar información, pero no arriesgarse a decir algo verdadero, ayudar, pero no sustituir la mirada humana que nace de haber amado, perdido, dudado, sufrido, deseado.
Los trabajos invisibles no desaparecieron; se volvieron más visibles en su fragilidad y en su necesidad.
Hoy la IA puede procesar datos, pero no puede entrar a una comunidad, ganarse la confianza de alguien o detectar la mentira en un gesto. El periodismo no es solo información: es presencia humana.
La IA puede generar historias, pero no puede tener una infancia, ni un duelo, ni un secreto que le queme el pecho. La literatura no es solo lenguaje: es vivencia transformada en forma.
La IA puede conectar conceptos, pero no puede tener una crisis existencial, ni una epifanía en la ducha, ni un miedo irracional a fallar. El pensamiento no es solo lógica: es conciencia.
Lo que vemos hoy no es la desaparición de estos oficios, sino su reconfiguración. La IA se volvió una herramienta, no un reemplazo. Y los trabajos invisibles se volvieron más valiosos porque requieren sensibilidad, ética, humanidad, una mirada que no se puede programar.
La IA puede acompañar, acelerar, sugerir, ampliar. Pero no puede ser.
El futuro de los trabajos invisibles es posiblemente una reivindicación: más conciencia del desgaste emocional, más reconocimiento del valor del pensamiento,más respeto por quienes trabajan con palabras,más espacio para la pausa, la reflexión y la profundidad.
Los trabajos invisibles no van a desaparecer. Van a volverse más necesarios, porque en un mundo saturado de información, lo que escasea es sentido.