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José Antonio Aspiros Villagómez
En septiembre de 1982, escribí como parte de mi trabajo en la agencia mexicana de noticias Notimex, el siguiente texto histórico que ahora refresco y comparto con algunas actualizaciones y ajustes. Varios medios del país lo reprodujeron y la versión que transcribo fue tomada del diario La Opinión de Minatitlán, Veracruz, que lo publicó el día 11 con el título ’En un aniversario del Grito, Maximiliano reconoció que el mexicano es invencible’. Vamos al tema:
De todas las fechas que la nación mexicana celebra en el mes de la patria, la del 16 de septiembre debe colocarse en primer término por tratarse de ’un día de eternos recuerdos para todo mexicano que se precie de ser libre’.
Esta es la opinión del escritor Luis González Obregón en su libro México viejo, según el cual, la primera vez que se conmemoraron el Grito de Dolores y la Guerra de Independencia fue en 1812, sólo dos años después del levantamiento en armas de Miguel Hidalgo.
Aún estaba fresca la sangre de los primeros mártires y faltaban casi dos lustros para que cayera el gobierno virreinal, cuando el general insurgente Ignacio Rayón encabezó esos festejos en la ciudad de Huichapan (en el actual estado de Hidalgo). Hubo misa, descarga de artillería, una velada musical y adornos en las casas.
Desde entonces, las fiestas del inicio de la guerra de independencia se han celebrado casi ininterrumpidamente, la mayoría de las veces en la capital del país, y en no pocas ocasiones con veladas dentro de un teatro.
Actualmente se sigue una tradición iniciada en 1850 por el entonces presidente José Joaquín de Herrera de recordar el Grito los 15 de septiembre a las once de la noche. La ceremonia oficial tiene lugar, generalmente, en el Palacio Nacional, a donde fue trasladada la campana de Dolores.
Sin embargo, en una época se hizo costumbre que en uno de los seis años de su gobierno, cada presidente de la República se trasladara a Dolores Hidalgo, Guanajuato, a dar el Grito. Vicente Fox lo hizo en 2006 y el aguacero que se soltó al final, arruinó los costosos vestidos de su esposa y sus damas de compañía.
Y cómo olvidar la reseña del último Grito de Felipe Calderón, que hizo en su columna En las Nubes nuestro nunca olvidado colega y amigo Carlos Ravelo Galindo (1929-2022), quien así la inició el 17 de septiembre de 2012:
Durante los casi seis años que dura este régimen panista no habíamos visto la risa tan franca, tan abierta del primer mandatario, como la noche del aniversario de nuestra independencia al contemplar al empapado pueblo convocado a la Plaza de la Constitución, el Zócalo, la noche del Grito. No sabemos, en realidad, sí porque ya se va o disfrutaba ver a la gente bajo el chaparrón, nos referimos a la lluvia, que arremetía inmisericorde en su contra. Seguramente pensó que los mojados eran estoicos ciudadanos que acudieron por su voluntad al último grito de Calderón y no como empleados del gobierno federal convocados ’oficialmente’ con lista en mano, al solemne acto. No mentimos. Así se publicó.
Y así remató su columna:
Abajo la gente que ya no sentía lo duro sino lo tupido de la lluvia, creía escuchar con el estallar de los cohetones el último grito también de los sesenta mil muertos de los que ya nadie se acuerda o quiere acordarse.
La ceremonia -volviendo al tema central- consiste en hacer tañer la campana, gritar ’vivas’ a Hidalgo, Morelos, Allende y otros héroes de la Independencia, y en más de una ocasión también a Benito Juárez y a la Revolución de 1910. En 2025 hubo muchos ’vivas’ para las heroínas, y la corregidora Josefa Ortiz dejó de ser ’de Domínguez’ como todos la conocemos y está citada en los libros de historia patria, para ser solamente Josefa Ortiz Téllez-Girón. Desaparecieron a quien, de no haber sido su esposo y ser el corregidor, ella no hubiera participado en la conspiración de Querétaro.
En los primeros años, hubo aniversarios en que el festejo se limitó a la publicación de artículos o poemas en los periódicos de la época; pero también se autorizaron partidas extraordinarias de dos mil pesos para las fiestas.
La conmemoración, que en 1813 se limitó a un artículo periodístico en el Correo del Sur, de Oaxaca, quedó consignada desde entonces como fiesta nacional, aunque no llegó a establecerse así en la Constitución de Chilpancingo, como pretendía el caudillo Morelos.
Consumada la Independencia, en 1822 el Congreso estableció como festivos los días 2 de febrero, 2 de marzo y 16 y 27 de septiembre (inicio y consumación de la Independencia estas dos últimas fechas) y ordenó que esas ocasiones se celebraran con salvas de artillería y misa de gracias, a la que debería acudir la Regencia ’vistiéndose la corte de gala y usando el ceremonial de las felicitaciones’.
En 1823 fueron trasladados primero a una iglesia de Querétaro y después a la catedral metropolitana de la ciudad de México los restos de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Francisco Javier Mina; el discurso conmemorativo corrió a cargo del general José María Tornel.
Se atribuye al presidente Guadalupe Victoria la introducción de nuevas disposiciones para hacer solemne la ceremonia del Grito. Luis González Obregón detalla que en 1825 fueron entregados a un preceptor los hijos de insurgentes muertos en combates y se ratificó la abolición de la esclavitud.
Hubo también las consabidas ceremonias religiosas que duraron hasta 1857, cuando Benito Juárez les dio a esa fiestas un carácter estrictamente laico; paseos por la Alameda, bailables, discursos, fachadas adornadas con los colores patrios y quema de pólvora.
Una epidemia de cólera hizo diferir la conmemoración en el año 1833 al 4 de octubre; en 1838 el Congreso autorizó un gasto de hasta dos mil pesos para el festejo; tras la promulgación de las Leyes de Reforma se perdió el sentido popular y la ceremonia se limitaba a veladas donde se leía el Acta de Independencia del Imperio Mexicano (que pronto mutó a República).
En esos años, la junta patriótica sólo organizaba ’una monótona función’ en el Teatro Nacional los 15 de septiembre a las once de la noche, que incluía discursos, poesías, música y vítores al padre Hidalgo por parte del presidente.
Esta costumbre se inició en 1850 bajo la presidencia de José Joaquín de Herrera y duró hasta los primeros años del porfiriato. Desde 1883 -dice González Obregón- la juventud, los obreros, las colonias extranjeras y el pueblo tomaron participación en la fiesta del 16; ésta renació por completo y cada año se verifica con más entusiasmo y suntuosidad.
En 1864 el emperador Maximiliano dio el Grito desde la casa de Miguel Hidalgo en el pueblo de Dolores, Guanajuato, y escribió un pensamiento que le resultó cierto y adverso: ’un pueblo que funda su independencia sobre la libertad y la ley, y tiene una sola voluntad, es invencible y puede levantar su frente con orgullo’.
Palabras que recordamos en 2025, al escuchar al secretario de la Defensa Nacional, general Ricardo Trevilla Trejo, cuando en la ceremonia previa al desfile militar expresó que la historia nos ha enseñado que el pueblo de México "nunca se rinde, se resiste, se levanta y se fortalece frente a cada reto y momentos de incertidumbre, siempre ha superado el embate de intereses mezquinos de propios y extraños".
Benito Juárez celebró el Grito en las ciudades donde estuviera su gobierno itinerante cada 15 de septiembre y, después, con la solemnidad requerida a partir del triunfo de la República sobre el Segundo Imperio; costumbre que ha trascendido hasta 2025 en que, en voz de la primera presidenta que tiene el país, Claudia Sheinbaum, México recuerda que es libre y soberano.
Lo que debemos recordar también, es que 1810 marcó el inicio de la lucha por la emancipación en la tierra del compositor José Alfredo Jiménez, pero ésta se consiguió hasta 1821 cuando el 27 de septiembre entró a la Ciudad de México el Ejército Trigarante y al día siguiente fue firmada el Acta de Independencia. Prejuicios e intereses ideológicos y políticos han empañado esa fecha, que no puede ser borrada de los libros de la verdad.